Tras un declive durante la recesión global, grandes empresas vuelven a apostar al sector.Por Guy Chazan.
Cuando Royal Dutch Shell PLC anunció una asociación por US$12.000 millones el año pasado con la brasileña Cosan Ltd., que produce etanol en base a caña de azúcar, fue un enorme voto de confianza en un sector que había sido muy golpeado en los últimos años.
Los biocombustibles —sustitutos de la gasolina hechos de fuentes biológicas, como la caña de azúcar, el maíz y el trigo— disfrutaron un momento de gran auge a mediados de la década pasada a medida que crecían las preocupaciones respecto a las emisiones de los gases de efecto invernadero, las alzas en los precios del petróleo y la seguridad energética.
Sin embargo, la recesión global de 2008 representó un gran golpe para los biocombustibles al disminuir la inversión y hacer que muchos productores de etanol salieran del negocio. Un enorme incremento ese año de los precios de los cultivos comestibles utilizados para elaborar combustible también provocó reacciones políticas.
Una cosecha de caña de azúcar de Cosan
El sector comenzó recientemente a estabilizarse y atrajo casi US$650 millones en capital de riesgo el año pasado. La producción mundial creció a casi 100.000 millones de litros en 2010 desde los 16.000 millones de litros en 2000. Shell afirma que los biocombustibles podrían representar hasta 20% de los todos los combustibles utilizados en el transporte dentro de 30 años, muy por encima del 3% actual.
El biocombustible original fue el etanol, producido a través de la fermentación del azúcar de las plantas utilizadas. Brasil lo ha estado produciendo con caña de azúcar durante décadas. El etanol básicamente hecho con azúcares de maíz representa casi 10% de la gasolina consumida en Estados Unidos.
Como parte de la sacudida posterior a 2008, se está dedicando mucho más dinero a la investigación de los denominados biocombustibles de segunda generación que, a diferencia del etanol, no son elaborados con cultivos comestibles. En cambio, se utilizan algas, basura y hierbas como el miscanto.
Mientras hacía su gran apuesta al etanol, Shell se retiraba de otras inversiones más audaces como la transformación de algas a diésel y la de biomasa a combustibles líquidos. Esto refleja su impresión de que esas innovaciones de vanguardia todavía están a años, si no décadas, de volverse comercialmente viables.
Se han hecho grandes avances en la tecnología que convierte el azúcar de las plantas en combustible. Aunque algunos proyectos demostrativos de combustibles de segunda generación están en funcionamiento, hasta ahora no se han construido instalaciones de conversión a escala comercial. Muchos analistas no prevén que haya una por lo menos hasta 2014.
Esto ha dado lugar a temores de que los problemas técnicos y problemas vinculados a los costos podrían evitar que los biocombustibles avanzados se conviertan en una forma viable de energía como la solar o la eólica. Esas preocupaciones también podrían privar a la industria del tipo de ayuda gubernamental o empresarial que la ayudaría a crecer.
Un desafío clave es construir una cadena de suministro desde cero. "Está demostrando ser difícil desarrollar la materia prima a un costo aceptable", dice Susan Hansen, una analista de Rabobank International. "Y el otro problema es: ¿dónde se plantan cultivos como el miscanto? ¿Cómo se organiza la logística y el transporte desde el agricultor hasta la planta de procesamiento?".
Las políticas para los biocombustibles han cambiado para reflejar la reducción de las ambiciones de la industria. En 2007, el Congreso de EE.UU. aprobó un Estándar para los Combustibles Renovables que establecía que para 2010 debían producirse en todo el país 378 millones de litros de biocombustibles más avanzados, o celulósicos, y que esa cantidad debía incrementarse a más de 60.000 millones de litros para 2022. Luego, cuando se hizo evidente que los productores estadounidenses nunca llegarían a esa meta, el mandato para 2010 fue reducido a 24,6 millones de litros.
De las grandes compañías petroleras, Shell ha sido una de las más enérgicas a la hora de invertir en alternativas "verdes" a la gasolina y el diésel. La empresa cuenta con uno de los mayores portafolios de proyectos de biocombustibles en el sector. Actualmente invierte alrededor de US$1.300 millones al año en investigación y desarrollo, y parte importante de esa cifra se adjudica a los biocombustibles.
La compañía anglo-holandesa, no obstante, se ha retirado de algunas de sus inversiones en biocombustibles como los elaborados a partir de algas o hierbas. En cambio, su gran apuesta ha sido al etanol de caña de azúcar. En febrero del año pasado, anunció una empresa conjunta con la brasileña Cosan, el mayor productor mundial de este tipo de combustible. La medida le dio a Shell exposición al enorme mercado de biocombustibles en Brasil, donde más de 80% de los autos nuevos pueden utilizar cualquier mezcla de etanol y gasolina. En ese país, 21% de todo el combustible utilizado en transporte corresponde a biocombustibles, mientras que en EE.UU. ese porcentaje es de 4%.
Shell no es la única petrolera que hace una apuesta al sector del etanol brasileño. En marzo, BP PLC compró 83% de Companhia Nacional de Açúcar e Álcool, o CNAA, por US$680 millones. Al igual que Shell, BP tiene la esperanza de algún día poder exportar el etanol que produce en Brasil a EE.UU., Europa y Asia.
FUENTE: WALL STREET JOURNAL
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Saludos
Rodrigo González Fernández
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